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FERNANDO MEJÍA MEJÍA.

VIDA Y OBRA.

Fernando Mejía Mejía nació en Salamina Colombia, el 21 de Septiembre de 1929.- murió en Manizales, el 22 de Abril de 1987. Publicó los siguientes libros: La inicial estación, Manizales 1961. Cantando en la ceniza, Manizales 1962. Los días sagitales, Manizales 1966. Elegía sin tiempo, Manizales 1978, Perfiles y nostalgias, Manizales 1983. Su antología poética titulada La heredad y el exilio, fue publicada por el Fondo Cultural Cafetero en 1987.

En 1953, obtuvo el premio nacional de poesía Espiral, en el concurso organizado por la editorial Iqueima de Bogotá, con su libro Fuego entre la rosa. En 1962 obtuvo el premio nacional de poesía Selección Poética, en un concurso patrocinado por el Ministerio de Educación Nacional y la Extensión Cultural de Cundinamarca, con su poema Sinfonía de las lumbres ausentes. El jurado estuvo integrado por el embajador de Guatemala José Manuel Arce y Valladares, Oscar Echeverri Mejía, Luis Vidales, Elcías Martán Góngora y Jaime Ibáñez. En 1961 ocupó un primer puesto en el concurso nacional de poesía Agripina Montes del Valle con el poema Padre, y en 1977, conquistó el primer puesto con su poema Sueño y égloga, en el Concurso Nacional de Poesía, organizado con motivo del sesquicentenario de la ciudad de Salamina. Sus poemas han aparecido en suplementos literarios y revistas de circulación nacional y extranjera. Su nombre figura en la antología bilingüe ( español - inglés ), Colombia en la poesía, de Charles Halliburton.

Poeta de expresión clásica, sus temas constantes fueron, la angustia ante el paso del tiempo, la melancolía por los seres y cosas de la infancia y la preocupación mística.

FERNANDO MEJIA MEJIA O LA VOCACION SIN SOSIEGO

La vida me ha deparado muy contados encuentros como el de Fernando Mejía. Dos, quizás, forzando un poco el rigor que, en el caso de Fernando, fue absoluto.- Toda una vida dedicada a la celebración de la poesía, a viajar en su entraña de ballena insaciable; acostumbrarse a su esplendor malsano y a sus vastos parajes de gozo; padecer la quemante prueba de convivir con quienes, como Vallejo, Neruda, García Lorca o Aurelio Arturo, sometieron la palabra al rigor inflexible de una visión totalizadora, a la construcción de un vasto edificio en cada uno de cuyos ámbitos sucede el milagro y se perpetra el sacrificio: dejar que el mundo exterior, la mal llamada realidad, se esfume en un viento falaz que nos consume a espaldas de nuestra alma vigilante de otros mundos; vivir así, toda una vida, es la más bella de las proezas pero también la más peligrosa y menos apreciada por las gentes. Así vivió Fernando Mejía, voluntariamente retirado en una ciudad del interior más escarpado de Colombia, dedicado a cantar las cosas de su inmediata experiencia y convirtiéndolas en la sagrada moneda con la que ha de pagarse a Caronte en el último viaje: la moneda del poema… …La poesía de Fernando Mejía es una larga, medida, honda meditación sobre las gentes y la tierra donde resolvió- con sabiduría que le envidio- vivir con la elegante discreción de una raza que si bien supo desmontar lo más bravo de la tierra colombiana, también tiene una privilegiada tendencia al delirio visionario, a la devoción por las más arduas alquimias del alma y a la aventura de perderse en horizontes desconocidos.- En un país en donde el signo de la destrucción y el olvido preside con tan implacable furor cada hora de vida, esta voz transparente de un hombre bueno, en el sentido que lo entendía otro gran aislado y otro gran tímido, don Antonio Machado, puede significar un comienzo de la casi abolida esperanza.

Alvaro Mutis

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